LAS ARTESANIAS Y EL ALMA DE MÉXICO

Ángeles González Gamio

Las mútiples culturas que habitan nuestro país se expresan en sus lenguas,
comidas, vestuario, utensilios, música e innumerables tradiciones
que varian de un lugar a otro.
Muchas de estas manifestaciones se plasman en objetos y prendas de gran
belleza, originalidad y colorido. Las llamamos artesanías y, cuando alcanzan un
alto grado de perfección se consideran arte popular. Sus creadores son
herederos directos de los artífices que realizaron el prodigioso arte prehispánico
y muestran el alma de México .
Muchas de ellas son parte de la vida de las personas; los lujosos atuendos
profusamente bordados en tonos azules, verdes y morados es la ropa que usan
cotidianamente las mujeres de Zinacantán, Chiapas. Lo mismo podemos decir
de las bellas vestimentas que portan en Oaxaca, Puebla, Yucatán, Chihuahua, el
Estado de México y muchos otros lugares.
La joyería de filigrana en oro y en plata que lucen las istmeñas en Oaxaca, la de
diminutas chaquiras de poblaciones del Norte y los rebozos, -obras de arte que
en cada región varian de textura según el clima-, pero siempre la elaboración es
en el ancestral telar de cintura.
Hay cerámica, textiles, barro, madera, juguetes, hamacas, piedra, lacas,
máscaras, palma y metales; en fin, todos los materiales, formas y usos que se
pueda imaginar, y así podríamos seguir hasta el infinito, pero mejor hay que
darse una vuelta por el mercado de artesanías de la Ciudadela.
En sus 340 puestos ofrece artículos de prácticamente todos los estados, que nos
acercan a la identidad cultural de los pueblos y regiones de México. Hay que
decir que junto a soberbias piezas originales hay “souvenirs” de dudosa calidad
pero que atraen a cierto tipo de turistas de poco presupuesto.
Se inauguró para mostrar las artesanías durante los Juegos Olímpicos de 1968
y el Mundial de Futbol de 1970, pero tras el éxito en ambos eventos se decidió

mantenerlo de forma permanente.
Se encuentra entre Balderas y el jardín Morelos, conocido como Plaza de la
Ciudadela; Aquí se levanta una imponente construcción que se construyó a
fines del siglo XVIII, para albergar la Real Fábrica de Tabacos. La guerra de
Independencia puso fin a la vocación original del inmueble y lo transformó en
prisión militar, aprovechando la forma de fortaleza que tuvo desde su
construcción y se le comenzó a llamar la Ciudadela.
En 1946 se inauguró como biblioteca bajo la dirección de José Vasconcelos;
tras varias remodelaciones y reaperturas a lo largo de los años, nuevamente fue
inaugurada en 2012 con el nombre de Ciudad de los Libros y la Imagen.
Una de las novedades de la remodelación es que se adaptó un espacio para
albergar las bibliotecas de cinco destacados intelectuales ya fallecidos: Alí
Chumacero, Jaime García Terrés, Antonio Castro Leal, José Luis Martínez y
Carlos Monsiváis, cada una con un diseño, curaduría, e intervención artística
propia.
Creativos arquitectos diseñaron cada uno de los espacios tomando en cuenta la
personalidad de los escritores; sin duda, también reflejan la de los arquitectos.
En otra área del inmenso inmueble funciona el Centro de la Imagen, adaptado
hace unos años con una propuesta muy audaz. Vale la pena visitar ambos
lugares y después cruzar el jardín para darse una vuelta por el mercado de las
artesanías.
Otro atractivo es que a unos pasos, en Ayuntamiento 103-A, está Paradero
Conocido, el nuevo restaurante de Sofia García Osorio, la chef que tenía el
local sin nombre en Luis Moya, que mencionamos en varias ocasiones y que
tuvo que cerrar tras la pandemia.
En el pequeño y sencillo establecimiento ofrece desayunos y comidas con sus
exquisitas creaciones que tienen como base la cocina popular mexicana, pero
con toques de ingredientes y técnicas de otros países.
Conservó algunos de sus platillos icónicos, como los tuétanos al horno, el frijol
con puerco y las tostadas de guacamole con chapulines; también su mezcal
artesanal y todos los días prepara deliciosas aguas de frutas y hierbas.

Novedades suculentas: gazpacho de verduras frescas, ensalada de betabel y
piñones rosados, con jicama, toronjas y espinacas con aderezo de limón y
oregano, tostadas de salpicón de pulpo, gorditas de jaiba, tortas de cecina y de
pescado confitado, ceviche de setas y brochetas de dorado.
Los postres de la casa: flan de elote, pan de tahini -a base de ajonjoli y
piloncillo-, “mousse” de chocolate y frutos rojos y tarta de fruta.

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