JORGE IBARGUENGOITIA
Se considera que viajar en camión es un placer, una necesidad o una desgracia, según el grado de
candidez y de optimismo del observador.
Yo lo considero más bien un arte, que hay que aprender y dominar. En mis largos años de usuario
de camiones he logrado descubrir y establecer las reglas que voy a expresar a con-tinuación, con el
fin de que si a algún lector le puede interesar, se sirva de ellas.
Para esperar un camión: hay que hacerlo rezando el rosario, pidiéndole a Dios que no venga muy
lleno y que el conductor quiera pararse; al esperar un camión hay que correr constantemente de
un lado a otro de la cuadra, tratando de leer los letreros de una hilera de camiones que están,
cada uno, oculto por el de enfrente. Hay que observar también el semáforo que rige la circulación
de la cuadra, avanzar hacia el centro cuando está en alto, y retroceder hacia la esquina cuando
está en siga.
Para abordar el camión: hay que ser el primero en el abordaje, golpeando, si es necesario, a las
mujeres reumáticas y a las madres de familia, con prole, que estorban el paso, sin hacer caso de
los gritos de “¡ya no hay caballeros en México!”
A bordo: hay que bloquear la entrada y pagar con un billete de veinte pesos, para obligar al
conductor a arrancar antes de que acabe de subir todo el pasaje. Hay que recordar esta máxima:
cada pasajero es un enemigo, mientras menos haya, mejor.
Si el camión va repleto, se abre uno paso a codazos, diciendo siempre “con permiso”, hasta llegar
a los lugares transversales, en los que no se sabe si caben tres o cuatro. Una vez allí, dice uno
“hágame un campito”, y sin esperar más, se sienta uno encima de dos pasajeros y se pone a leer el
periódico. En la mayoría de los casos alguna de las dos víctimas se levantará furiosa y se irá.
Entonces ya puede uno ocupar cómodamente el espacio libre.
En el caso de que se desocupe el lugar de junto, hay que abrirse de piernas y fingirse dormido o
babear, con el objeto de evitar que alguien se siente. Mientras más alejado esté uno de los demás
pasajeros, mejor.
Comportamiento hacia las mujeres: las mujeres en los camiones no tienen ninguna prioridad, ya
bastante hemos hecho permitiéndoles votar y hacer ridiculeces en público. Si se acerca una
anciana dando tumbos y le pregunta a uno: “Ay, señor, ¿no se compadece usted de mí?”, hay que
contestar: “No”.
Si el camión va vacío y somos jóvenes, muy jóvenes, estudiantes de preparatoria, por ejemplo, hay
que subirse en bola y echando relajo.
El momento de subirse en un camión representa una de las pocas oportunidades que tiene un
joven de expresarse en público y dar a conocer su personalidad. Para lograr esto conviene hablar a
voz en cuello y decir frases llenas de originalidad, como: “El de atrás paga, chofer”, correr hacia el
extremo posterior del camión, metiéndoles zancadillas a los compañeros y sentarse en el último
asiento, forcejeando.
Una vez sentado, si hay compañeros de uno en la calle, conviene gritarles algo ingenioso, como
por ejemplo: “Ese Tiras, ¿Dónde dejaste al Cejas?” Si no los hay, conviene quitarle la pluma al más
torpe de los compañeros y amenazar con arrojarla por la ventanilla. Esto provoca una gritería y un
forcejeo que indefectiblemente producen muy buen efecto en los demás pasajeros. Les levantan
el ánimo y les dan ganas de volver a ser jóvenes para echar relajo.
Si somos una joven bella, hay que subirse al camión moviendo la melena poniendo cara de “Ay,
qué desgracia! ¡Yo aquí! ¡Si yo soy de Mustang!” Luego, hay que sentarse junto a otra dama, por
miedo a que nos toquen las piernas.
Si se sube uno con niños, no hay que ser egoísta. Hay que permitirles entrar en contacto con los
demás pasajeros, que probablemente han sido privados por la naturaleza de la dicha de ser padres
o madres. A los niños hay que permitirles jugar con las solapas del señor de junto, con los pelos de
la señora de adelante y lamerle la mano al que va agarrado de la manija de enfrente.
El camión es nuestro hogar, aunque sea por un momento. Mientras viajamos en él hay que actuar
con toda naturalidad, como si estuviéramos en nuestra propia casa. Si estamos cansa-dos,
echamos un sueño, si tenemos catarro, escupimos en el piso, si tenemos hambre, comemos un
mango. Si se sube un cantante o recitador, hay que ponerle atención, aunque después no le
demos ni un quinto.
Si bien hay que conservarlos a distancia, conviene ser amables con nuestros compañeros de viaje.
Si uno de ellos ha venido escupiendo, por ejemplo, conviene que al levantarnos para bajar del
camión le digamos, a guisa de despedida: “Lo felicito. Ha escupido usted 14 veces. Es un récord.”
Estas son cosas que levantan el ánimo. Si alguien va viajando en el estribo, en vez de decirle
“quítate, estorbo”, conviene decirle:” Allí va usted bien, no estorba nada” y darle un pisotón.
Por último, hay que recordar que el conductor de un camión es como el capitán de un barco. Él
sabe dónde para y hay que aceptar sus determinaciones, aunque nos lleve tres cuadras más lejos,
nos deje a media calle, entre coches desaforados, o nos obligue a bajarnos en un charco.
Recuperado del libro, La Ciudad de México, Antologías de lecturas siglos XVI-XX de la Secretaria de
Educación Pública.
