Ángeles González Gamio
No se trata de una esposa consentida, es el título de la pintura magistral “La diosa de la casa de Rembrandt “, que exhibe estos días el Museo Nacional de Arte (Munal), que ocupa el soberbio edificio que fuese la sede de la Secretaria de Comunicaciones en la Plaza Manuel Tolsá.
La pequeña exposición tiene como eje el retrato de Palas Atenea, hermoso oleo que pintó Rembrandt van Rijn, el gran maestro holandés del barroco en 1654. El artista utilizó como modelo a su última compañera sentimental, con quien tuvo una hija fuera de matrimonio y fue por mucho tiempo su musa principal en muchas obras.
Aquí la representa de tres cuartos con yelmo, armadura y escudo en los que destellan los brillos del metal. En los hombros luce una capa de vivo carmesí, en la que seguramente utilizó la grana americana. La luminosidad de la pintura contrasta con el fondo umbroso que la rodea.
Aprovechemos para recordar algo de la historia del recinto, que dirige con entrega, talento y emoción Carmen Gaitán, quien no obstante las resticciones presupuestales que padece el sector cultural siempre ofrece alguna novedad de gran interés.
A principios del siglo XVII, los jesuitas levantaron en ese lugar un noviciado, que posteriormente se convirtió en hospital bajo la advocación de San Andrés. El lugar se volvió célebre porque en su capilla se embalsamaron los restos del emperador Maxiliano de Habsburgo, antes de ser enviados a Viena.
Los jesuitas fueron expulsados 1767 por un Decreto del rey Carlos III y sus bienes pasaron a ser propiedad del gobierno. El inmueble quedó abandonado hasta la epidemia de viruela de 1779, una vez pasada se le declaró Hospital General. En 1905 se trasladó a su nueva sede, en la actual colonia Doctores, y el viejo edificio se demolió para dar paso a la Plaza de Minería y el flamante Palacio de Comunicaciones. Asombra conocer que a pesar de su apariencia palaciega tiene una moderna estructura de acero, pisos y arquerías a prueba de incendio. El arquitecto fue el italiano Silvio Contri, quien propuso a muchos otros extranjeros para distintos aspectos decorativos.
Dentro del eclecticismo prevaleciente en la época combinó estilos del pasado como el gótico, clásico, barroco y otros, con las estructuras de hierro que era uno de los avances tecnológicos más notables. Gran parte de la decoración interior: tallas en madera, pinturas, yesos, herrería y demás, la realizó la familia florentina Coppede. El lujoso Salón de Recepciones, con sus plafones pintados con coloridas alegorías, garigoleados yesos, maderas labradas y oro por doquier, nos traslada a un palacio renacentista.
Este es el marco en el que se muestra la extraordinaria colección del Munal, cuyo origen es la gestación en 1781 de la que sería la Real Academia de San Carlos de la Nueva España, que desde su nacimiento comenzó a recibir en donación y adquirir en sus épocas de bonanza obras de arte, cuyo fin era que sirvieran de modelo de enseñanza a los estudiantes.
Años más tarde fue sede del Archivo General de la Nación y a partir de 1982 se estableció ahí el Museo Nacional de Arte, que brinda un extenso panorama de la trayectoria seguida por el arte mexicano de la época prehispánica a
nuestros días. En los majestuosos salones se muestran obras notables, entre las que sobresale una magnífica colección de paisajes de José María Velazco.
A partir de la creación del Instituto Nacional de Bellas Artes, en 1946, pasó a ser el custodio del acervo de la Academia de San Carlos; desde esa fecha, la colección comenzó a engrandecerse de manera continua con donaciones de particulares y adquisiciones gubernamentales. En 1982, mediante un decreto presidencial se otorgó al Munal una parte del antiguo Palacio de Comunicaciones, y en 1997 el inmueble completo.
Después de tanta exuberante belleza se nos antojaron unos pambazos rellenos de chorizo, que ya no hay casi en ningún lugar, con un café lechero en vaso, con la cantidad exacta de café que nos gusta: “échele un poquito más, por favor”. El remate fueron unos buñuelos crujientes con su miel de piloncillo.
El lugar no podía ser otro que el Café de Tacuba, a unos pasos del Munal. En su colorida sede en Tacuba 28, la bella Gaby Ballesteros y su mano derecha… e izquierda, José Núñez, cuidan con esmero la calidad y preparación de las suculentas viandas mexicanas al estilo tradicional, en cazuelas de barro, molcajetes y demás, lo que -como decían las abuelas- le da otro sabor.