La laudería en el Centro Histórico de la Ciudad de México . Construyendo sonoridades

Itzel Quintero Báez

Para los años cincuenta, muchos artesanos de la laudería michoacana se asentaron en los parámetros de lo hoy es considerado como Centro Histórico de la Ciudad de México y en algunas periferias, como el mercado de artesanías La Ciudadela.

Después de los años cuarenta del siglo XX la laudería de Paracho, Michoacán comenzó a experimentar nuevas formas en la construcción, el uso de herramientas, maderas y demás materias primas. Los cambios en la morfología instrumental se enfocaron principalmente en el perfeccionamiento de la guitarra de seis cuerdas. Esto provocó diversos cambios sociales, culturales y económicos para los artesanos de la localidad michoacana. Cabe mencionar que para 1923, el Conservatorio Nacional de Música de la Ciudad de México, ya había instaurado la cátedra en guitarra clásica. Así, guitarristas tanto mexicanos como españoles comenzaron a buscar directamente a los artesanos lauderos (lutiers, nombre que se asignan entre ellos para el oficio de construcción, reparación y creación de instrumentos musicales de cuerda) para fabricaciones con características específicas, en ocasiones basadas en algún modelo de guitarra europeo.

Algunas personas dedicadas al comercio o los constructores mismos, viajaban a diferentes localidades del país ofreciendo sus instrumentos musicales. El reconocimiento turístico que fue adquiriendo la región parachense, causó una constante competencia laboral, por lo que algunos artesanos buscaron nuevos terrenos en los cuales poder desarrollar el oficio. La ciudad de México fue la opción más recurrente.

Actualmente el oficio de laudería en el centro de la Ciudad de México ha ido decreciendo de lo que fue hace unos veinte años. Algunos maestros del oficio han muerto, otros se encuentran en mal estado de salud, otros son de edad bastante avanzada, los que oscilan entre los 30 y 80 años enseñan a aprendices que muchas veces no dan continuidad a la práctica de los saberes que les son compartidos. Ciertos talleres que antes se habían situado en el perímetro considerado como Centro Histórico de la Ciudad de México y tomando en cuenta los límites de este, han tenido que mudarse a otras localidades. Por tal motivo si antes, hablando de 1960, había unos cincuenta talleres, ahora sólo perviven diez.

Algunos establecimientos donde se pueden adquirir instrumentos de cuerda sólo se dedican a la compra-venta y pequeñas reparaciones de instrumentos, sin llevar a la práctica la fabricación. Uno de estos sitios es el mercado de artesanías La Ciudadela, ubicado en la Delegación Cuauhtémoc. En este mercado es bastante competido laboralmente para los constructores y los no constructores solo dedicados a la compra y venta.

El oficio de laudería contiene un amplio patrimonio de conocimientos: la herencia familiar y la enseñanza-aprendizaje, en la cual la técnica y estructura del objeto se van transformando según las necesidades sociales, económicas, o ambientales. El creador del instrumento constituye el elemento fundamental para que la transmisión musical exista. En muchas ocasiones el músico ejecutante se lleva todo el reconocimiento, o quizá el instrumento en sí, sin advertir el recorrido de acontecimientos que están detrás.

La elaboración de un instrumento visto a profundidad conduce a imaginar cómo debería sonar el producto final y a tener en mente este sonido imaginario durante cada paso de la construcción. Desde la elección de las maderas se pueden intuir los diferentes sonidos que podrían nacer de cada una, y pensar cómo se hará la estructura interna y externa para lograr una acústica adecuada a las necesidades musicales, la calibración en el grosor de la madera, intervalos y parámetros de afinación. El artesano Laudero cuenta con los conocimientos musicales y de fenómenos acústicos necesarios para poder elaborar un instrumento del cual emanará música, por lo tanto se vuelve músico en cierta forma, aunque no sea ejecutante, y empatiza con las necesidades y gustos del músico.

Los procesos de cambio en la laudería se han dado en varios aspectos, uno de ellos ha sido las herramientas utilizadas, por ejemplo, las maquinarias que se encargan de cortar en medidas muy exactas las hojas de madera, han hecho un cambio eficiente en cuestión de tiempo para los constructores, ya que la madera se encuentra en un estado más accesible para trabajarla. Anteriormente las hojas de madera tenían que lijarse por más tiempo porque venían directas de serrarlas y llegaban con muchas astillas. Por otro lado la sustitución de algunas materias primas como pegamentos y barnices, ha cambiado la eficacia en tiempos de trabajo, además de que la calidad de los productos se eleva en costos al recurrir a materiales que se encuentran escasos, uno de ellos es la goma laca, resina utilizada en la fase del barnizado.

Los elementos estéticos y la morfología de los instrumentos de cuerda han cambiado a lo largo del tiempo. Algunos artesanos lutiers mencionan, por ejemplo, que anteriormente los instrumentos no llevaban tantos adornos como la marquetería tan elaborada que ahora diseñan, o los cambios en el varataje de abanicos ensamblados al interior del instrumento, elemento de bastante atención y resguardo en cada saber.

El oficio de laudería como muchos otros oficios que aún perviven en el perímetro del Centro Histórico de la Ciudad de México, sus periferias y en muchos otros poblados del país, implica un complejo proceso de producción, todo un “patrimonio de conocimientos científicos, técnicos y culturales” (Victoria Novelo, 2015)

El conocimiento del artesano, amerita un reconocimiento profesional y una revalorización, pero sin las diferencias clasistas del el sistema político-económico en el que vivimos. Sólo así se brindarían los derechos laborales y de salud adecuados para éste y otros oficios en general.

Algunas problemáticas frecuentes para el buen reconocimiento de los oficios en general, han sido los encasillamientos en que se categorizan hechos específicos de la cultura humana, por ejemplo, la UNESCO ha conceptualizado de manera muy limitada el trabajo artesanal, además de mantenerlo en forma muy subordinada en comparación con otros saberes o formas de conocimiento.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura es un ente institucional, que pretende mantener relaciones afables entre los diversos grupos sociales del mundo, de forma que se comprendan y se valoren las diversas formas culturales, y se mantenga un ambiente de paz. Para ello ha puesto interés principalmente en cinco sectores de trabajo: la educación, las ciencias exactas, las ciencias sociales, la cultura y la comunicación.

En el área del sector cultural se incluyen; “las artesanías” y el diseño. Las técnicas y saberes ancestrales y toda forma de conocimiento, son consideradas como bien “inmaterial” solamente por provenir de alguna Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura “comunidad tradicional”. Con estas concepciones, lo menos que se está logrando es la comprensión de lo que es el “otro” como ser cultural. Por el contrario, sólo se genera división y desigualdad entre los diferentes estilos de pensamiento.

La definición de patrimonio inmaterial abarca “todo aquel patrimonio que debe salvaguardarse y consiste en el reconocimiento de los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas transmitidos de generación en generación y que infunden a las comunidades y a los grupos un sentimiento de identidad y continuidad, contribuyendo así a promover el respeto a la diversidad cultural y la creatividad humana”. La UNESCO asigna el adjetivo de “inmaterial” a los “conocimientos y técnicas transmitidos de generación en generación” ¿pero por qué separarlos de otras formas de conocimiento, como las ciencias exactas por ejemplo? ¿Por qué a ciertas expresiones culturales, por ser de un origen al cual se le ha denominado “indígena”, se les sigue viendo desde el punto de vista folclórico?

El saber oral o de tradición implica conocimientos que no habrían de tomarse con menos valor, sólo por la forma en que son adquiridos. Por otro lado, las expresiones o representaciones de las que trata, como las danzas, la música, los cantos tradicionales, entre otros, forman parte de una totalidad cultural, no son expresiones aisladas, independientes de mantenerse “inmateriales” hasta que alguien las materialice o las haga existentes en algún lugar o en algún momento. Las expresiones humanas no se encuentran desligadas del ser humano, sino que conviven, confluyen y se transforman simultáneas. Los productos artesanales son los producidos por artesanos, ya sea totalmente a mano, o con la ayuda de herramientas manuales o incluso de medios mecánicos, siempre que la contribución manual directa del artesano siga siendo el componente más importante del producto acabado. Se producen sin limitación por lo que se refiere a la cantidad y utilizando materias primas procedentes de recursos sostenibles. La naturaleza especial de los productos artesanales se basa en sus características distintivas, que pueden ser utilitarias, estéticas, artísticas, creativas, vinculadas a la cultura, decorativas, funcionales, tradicionales, simbólicas, significativas y religiosas. En esta definición es evidente una postura excluyente, que subordina y limita la diversidad cultural. En el producto artesanal la “cantidad” del objeto no es la prioridad, sino los elementos distintivos en su calidad. La continuidad en la elaboración de un objeto no debe confundirse con cantidad. Ahora bien, el producto artesanal no sólo radica en la manufactura de un objeto, sino que requiere también de toda una gama de conocimientos y habilidades, que a su vez no sólo se adquieren mediante formas tradicionales, sino que también con la experiencia.

La UNESCO vincula su apartado sobre artesanías y diseño, al de patrimonio inmaterial, simplemente porque considera que sólo se trata de conocimientos heredados por tradición. De tal modo que resulta evidente la falta de visión laboral que se tiene sobre la realidad del trabajo artesano.

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