Pareja centenaria

Crónica Barrial tuvo la oportunidad de encontrar y conversar con José Martínez Castillo, y Elpidia García de 100 y 110 años respectivamente, tal vez una de las parejas de mayor edad en la Ciudad de México.

Ellos se conocieron en los alrededores de Avenida Chapultepec en la colonia Juárez de la Ciudad de México, en los años veintes, ella vendía flores a los transeúntes que circulaban por ese rumbo cotidianamente y a sus clientes “consentidos”. Elpidia se proveía diariamente de docenas de nardos, azucenas, claveles y margaritas que compraba en el mercado de Jamaica todas las mañanas, y que se terminaban al final del día. El era albañil, primero fue peón y después se especializó en muros, losas y columnas, en la Compañía Cimentaciones Franky, empresa en la que laboró durante décadas. y en la que adquirió la experiencia necesaria para que años después pudiera construir su propia casa él mismo.

José, es originario de Guanajuato, llegó a la Ciudad de México en los años cuarentas en búsqueda de mejores oportunidades de vida y aquí aprendió un oficio y también encontró el amor.

Dice José que la ciudad de aquellos tiempos tenía otro rostro, la gente era más amable, y aunque no se tuvieran estudios había la posibilidad de encontrar un trabajo para poder vivir. Para él la albañilería no solo fue una fuente de ingresos, también adquirió la experiencia y los conocimientos necesarios, para construir su propia su casa, “Fui mi propio ingeniero, arquitecto y albañil”, dice con orgullo, José.

“En aquellos tiempos los albañiles escuchábamos polka, y hacíamos algunos pasos de baile en medio de las jornadas de trabajo, después en nuestros días libres, íbamos a bailar y nos la pasabamos muy bién. A veces después de bailar me iba con Elpidia al teatro Blanquita, eran obras de teatro revista, nos reíamos mucho porque eran muy divertidas y la pasábamos muy bien”, recuerda José, y agrega, “Aquellos tiempos fueron bonitos y ya no volverán, solo me queda recordarlos, pero también la memoria ya se me está apagando, ya no recuerdo mucho de mi vida, hay veces que mis nietos me preguntan pero ya no sé qué responderles, no es que no quiera, lo que pasa es que ya no me acuerdo”.

“No sé porqué Dios me ha dejado tanto tiempo aquí, por algo debe de ser, mis rodillas están muy lastimadas, ya no puedo hacer nada, pero aquí sigo. En mis años de fuerza era yo un hombre apuesto, siempre fui responsable y mientras tuve fuerza, nunca dejé de trabajar. Ahora estoy aquí, en este patio de la casa que yo mismo construí, todavía puedo caminar un poquito, no me gusta la silla de ruedas, pero a veces no queda de otra mas que usarla para moverme más rápido, aunque claro, ya no tengo prisa de nada”.

Elpidia y José se casaron de modo discreto, “Antes no todas las personas se vestían largo y de blanco y hacían fiesta porque eso costaba dinero; nosotros no usamos esas ropas, no fue necesario, ni antes ni después, casi 60 años después lo que nos ha mantenido unidos es el amor y la existencia de los nietos que tenemos, hijos de Elenita, la única hija que tuvimos”, dice José, con una expresión tranquila y relajada.

“Nosotros nos conocimos de una forma muy sencilla, yo veía pasar a José y lo miraba poquito, que él no se diera cuenta, pero sí, si se daba cuenta y entonces él también me miraba y me sonreía muy bonito, luego un día se acercó más y me compró una docena de flores, me dijo que eran para una mujer muy bonita, yo estiré mi brazo para darle el ramito de margaritas, entonces él me dijo que eran para mi. Después de eso, cuando él pasaba por mi puesto platicábamos un rato y nos reíamos. Yo siempre fui muy sería pero él me hacia reír, después de un tiempo, yo le dije que nos casáramos y él me dijo que sí, entonces nos casamos. Ya no sé cuanto tiempo ha pasado, las fechas de se confunden, pero aquí seguimos juntos, no sé hasta cuando”; cuenta Elpidia.

José dice que “En aquel tiempo, el pozole era más rico, era como más natural, se servía en unos platotes y con uno de esos se tenía para aguantar el día, Yo no sé cuanto más dure en este mundo, pero lo que sí puedo decir es que ha sido feliz. Aunque a veces digo que ya no sirvo para nada, ya no oigo bien, ya no veo bien, y me duelen las rodillas, la osteoporosis me dio fuerte, entonces paso los días sin hacer nada, y los recuerdos se han ido apagando; yo creo que es cosa de Dios, él sabrá porqué aún nos tiene aquí”.

Elena, la hija de ambos centenarios, cuenta que aún le tocó escuchar historias de la Revolución que le contaba su abuela, la madre de su mamá, la que más repetía era esta: “¡Pecho tierra!, así nos gritaban nuestras madres o tías cuando pasaban las tropas de revolucionarios que andaban en la lucha, porque si no lo hacías te llevaban con ellos, te robaban y tu familia ya no te iba a encontrar por ningún lado; entonces te tirabas al piso y muchas veces escuchabas los zumbidos de las balas que pasaban cerca la cabeza”.

“Mis padres ya son muy mayores, me ha tocado cuidar de ellos y estar muy pendiente de llevarlos al médico, cuando se han puesto graves los he llevado a los servicios de urgencia, y cuando digo la edad que tienen, las enfermeras o los doctores me ven como diciéndome, “ya no van a salir de aquí”, pero hasta ahora siempre la han librado, y mire usted, aquí siguen dando lata. Yo no sé si yo vaya a vivir tanto como ellos, pienso en eso cuando la gente me pregunta que si me gustaría llegar a los cien años, pero yo creo que la vida es la vida y no puede uno andar renegando de ella, si uno tiene vida es porque así lo quiso el destino”

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