Crónicas milongueras: El tango en la Ciudad de México

Crónicas milongueras

El tango en la Ciudad de México

Xola

Gabriela Bautista

Eric Rodríguez

La Ciudad de México, inmensa tierra sobre agua, desbordada en gente y costumbres, hundiéndose cada vez más, perdiéndose entre edificios y ausencia de árboles. En el centro hace varios siglos, estaba México-Tenochtitlan, islote que poco a poco fue creciendo, se crearon calzadas para que los poblados cercanos se comunicaran, una de ellas fue Tlalpan. Actualmente es una vía primaria donde se puede circular en ambos sentidos, inicia en el entronque con el Viaducto Río Piedad, ahí se llama San Antonio Abad. Sigue hacia el sur, pasando por la línea dos del metro y termina en la intersección con la Avenida de los Insurgentes, dando origen a la Autopista México-Cuernavaca. Es una de las calzadas más importantes para los habitantes de la Ciudad de México, data del siglo XV y fue edificada por medio de arcilla, piedra y pilotes de madera. Cuenta la leyenda que sobre esta calzada Hernán Cortés y Moctezuma Xocoyotzin cruzaron los ojos por primera vez. En el siglo pasado, de San Antonio Abad hacia atrás se extendía una zona rural y agrícola que se conectaba hasta la zona de Xochimilco. Entre esos rumbos, hoy repletos de avenidas y complejos habitacionales, está Xola. Lugar popular lleno de vida. El origen de la palabra aún hoy es un misterio, muchos creen que significa “palmera”. Otra versión cuenta que es debido a la familia Sola, que tenía su hacienda ahí y escribía su apellido como “Schola”, con el tiempo la “Sh”, cambiaría a “X”. Hoy, cerca del metro Xola hay un parque en el que juegan los niños, columpian sus pequeños cuerpos, miran al cielo y a el entregan sus risas. La gente va y viene, es sábado y algunos hacen ejercicio, corren, otros hacen abdominales. Jóvenes montan una coreografía hip hopera, se retuercen, giran, hacen cosas que sólo a esa edad pueden lograrse. Es un ambiente lúdico, de sana convivencia. Al fondo, hay un espacio donde personas de distintas edades caminan, se abrazan, al ritmo de una suave, solemne melodía, dan ganas de unirse a ellos. Los maestros dan por terminada la clase. La milonga empieza, el tango se extiende por todo el aire. Se invitan a bailar con la mirada, a ese acto lo llaman “cabeceo”, se forman las parejas y de inmediato se hace un círculo, así se baila el tango social, nadie choca, ni siquiera el más mínimo roce. Mueren de abrazo mientras la luz de la tarde se vuelve sombra.

Alída

Entre esas parejas hay una mujer mayor que camina con suma elegancia, hace adornitos, pequeñas figuras que embellecen aún más su baile. Se llama Alída, tiene sesenta y seis años, el pelo corto y la mirada avivada.

Lleva mucho tiempo bailando tango, ya no recuerda cuanto. Aprendió en el Parque México, entre su arquitectura art deco y la serie de fuentes, estanques, cascadas y árboles nativos de zonas húmedas del Mediterráneo, tales como el ciprés del Líbano. Dice que le costó bastante, que es un baile difícil, pero una vez que se aprende, señala, “se vuelve un bicho que te pica y se te queda el veneno”. Le gustan las milongas públicas, porque en ellas la gente es relajada, ha hecho muchos amigos a los cuales ya considera de su familia. Para ella el tango es una terapia, siempre que está triste va tras el, toma unas gotas de abrazo y se cura. Dice que gracias a el está viva.

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