Ángeles González Gamio
En muchos lugares del país ya están listos para recibir la visita de los angelitos, los niñitos muertos, quienes llegan hoy al mediodía y son recibidos con pan, tamales de dulce, golosinas y atole endulzado con piloncillo y canela. Pétalos de flores blancas adornan la ofrenda y señalan el camino para que encuentren las casas.
A medianoche van a tañir las campanas de los templos para indicar que los difuntos grandes vienen llegando y se cambian los albos pétalos por los amarillos de cempasúchil. Asimismo se sustituyen los alimentos de la ofrenda, para brindar los que disfrutaba en vida el finado, que generalmente incluye mole de guajolote -platillo de fiesta en todo México-, frijoles, tortillas, arroz, pan y sus bebidas predilectas, que suelen incluir cerveza, mezcal o algún aguardiente del lugar y en su caso, cigarros. Todo esto va acompañando por velas, imágenes religiosas, en ocasiones una fotografía del difunto y flores de cempasúchil.
El 2 de noviembre, a las doce del día, van a volver a sonar las campanas que anuncian que los muertos se van satisfechos. Al caer la tarde los familiares se dirigirán al panteón, donde se adornan las tumbas con flores y veladoras, para que su luz oriente el paso del alma de los difuntos por el valle de las tinieblas, queman copal y rezan. Por último, el día 3, los parientes y compadres intercambiaran ofrendas.
Esta rica tradición que tiene distintas manifestaciones según la región, no nada más se conserva totalmente viva, sino que se ha ido extendiendo en las ciudades. Actualmente se colocan ofrendas en museos, escuelas y diversas instituciones públicas y privadas, costumbre que cada año se amplía. Con raíces en la época prehispánica, a través de los siglos ha ido integrando elementos y costumbres extraños y de cada localidad, convirtiéndolas en propias y enriqueciendo las distintas manifestaciones que se dan regionalmente. El Dia de Muertos guarda tantos valores culturales, que ha sido declarado Patrimonio Intangible de la Humanidad por la UNESCO.
Hablar de los alimentos de las ofrendas despierta el apetito; afortunadamente está el Café de Tacuba, en el número 28 de esa calle, fiel custodio de las tradiciones culinarias mexicanas. Aquí podremos degustar platillos de la temporada: un buen mole, tamales, pan de muerto, tejocotes en almibar, calabaza en tacha o un suave camote endulzado.